La unidad nacional y la unidad del peronismo

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* Por Antonio Nicolau 

En estos días, el ataque furtivo de un sector extremadamente minoritario que expresa lo más salvaje de la ideología del capitalismo salvaje (vale la recursividad semántica), incentivó la necesidad de la reorganización de la fuerza política nacional.

Con el concito del apoyo internacional de la UNASUR y del Grupo de los 77 + China – un grupo no desdeñable por cierto – la Argentina abre fuego defensivo sobre un campo de batalla en la que sus fuerzas parecen debilitarse en la medida en que el tiempo parece acotarse. El combate es meritorio y hay que darlo, no solo por una cuestión de dignidad soberana (lo cual ya es en sí un motivo de razón suficiente), sino porque evitar el conflicto significaría la postración definitiva de los cuarenta millones de argentinos del presente y los millones de los que están por venir en las generaciones futuras. Digno el valor de un joven ministro de cuarenta años ante un escenario internacional hostil y aguerrido que mira con recelo y aguarda agazapado el tiempo propicio para atracar las garras en la presa herida.

En este marco de un profundo conflicto económico que llevaría al desastre social, heterogéneos sectores de la política – particularmente del peronismo, aunque también desde algunos sectores del kirchnerismo – apelan a un significante sensible a una expresión de deseo colectivo: la unidad nacional. Esta expresión constituyó un llamamiento que la propia presidenta de los argentinos realizó en el decurso del conflicto a partir de la decisión del Tribunal de la Suprema Corte de los EEUU de fallar a favor de los “fondos buitre” o ‘holdouts’ como les gusta llamarse a sí mismos técnicamente. No obstante, resulta imperioso a un pensamiento que quiere contribuir analíticamente, ubicar política e ideológicamente los términos. ¿Qué es verdaderamente la unidad nacional? ¿Es posible? Resulta ineludible someter esta expresión a un análisis más riguroso.

Un supuesto guiará esta reflexión: la imperiosidad e indispensabilidad de que la política argentina se encamine hacia un posicionamiento compacto y firme frente a la ofensiva extranjera del capitalismo trasnacional, en defensa de los intereses nacionales. Sin lugar a dudas.

El kirchenerismo expresa un movimiento político y social que disputa en el campo de las ideas y de la praxis política, la materialización de las categorías de una centroizquierda comprometida con la causa nacional, en particular, la opción por los sectores de mayor vulnerabilidad social. Esa es su mejor y mayor carta de presentación en el escenario político. Las medidas económicas y la producción discursiva desarrolladas desde el 2003 hasta hoy constituyen su identidad más profunda, aún en medio de contradicciones que obedecen a persistencias pragmáticas de la política, tensiones que se generan alrededor de la necesidad de no perder terreno en la representación social ante el avance de algunos sectores del conservadurismo de derecha.

La unidad nacional configura una apelación de los años ’70 que tracciona la necesidad de una síntesis de los extremos de un arco muy amplio de corrientes ideológicas que abrevan en fuentes que suelen ser antagónicas al mismo proyecto que se pretende impulsar. ¿Puede sentirse apelado a la unidad nacional en relación al fallo del juez Griesa, Szturzeneger que fue uno de los impulsores del megacanje de la Alianza del 2000? ¿Es posible la entrada en la unidad nacional la fuerza política del PRO cuando su máximo líder – el “ciclista feliz” como lo adjetivara irónicamente un importante personaje de la política y de la intelectualidad nacional – sostiene que hay que ir a Nueva York, sentarse con el juez Griesa y “hacer lo que el juez diga que hay que hacer” (sic)? ¿Qué decir de la fuerza UNEN o del FAP – que se pronuncian a sí mismos de centroizquierda – que han definido su aceptación sin más del arbitraje del Tribunal neoyorkino y no se han pronunciado decididamente en contra de tamaña decisión que los afectará indudablemente a ellos si fuesen gobierno en un mañana no tan lejano, abonando mediáticamente la idea de la responsabilidad de un supuesto desmanejo del gobierno kirchnerista (desmanejo que no han demostrado aún de qué se trata) en la administración de la deuda pública y evadiendo la responsabilidad de buena parte de sus líderes en la construcción de esa deuda?

 ¿Con quién construir la unidad nacional, entonces?

Al mismo tiempo, la unidad nacional está siendo apelada juntamente con la asimilación a la ‘unidad del peronismo’. Esta apelación encaminaría a sectores del kirchnerismo y a fuerzas políticas de la centroizquierda nacional no kirchnerista pero simpatizantes con sus propuestas políticas, a un desmembramiento irresoluble cuya materialización contribuiría a una disolución de lo mejor de la construcción de estos once años de conducción política. Una unidad indeterminada, genérica, abstrusa del peronismo acarrearía la admisión del sciolismo – por ejemplo – que conduciría hacia la licuación de la centroizquierda reinaugurada por Néstor Kirchner que recogió elementos de un peronismo apoyado en el martirologio de la resistencia, de los fragosos años ’70, de las ideas de un John William Cooke o de un Arturo Jauretche o de un Rodolfo Walsh en los que muchos se sienten identificados y – aunque no se sientan convocados otros muchos – son beneficiarios activos de esos postulados.

La refracción de amplios sectores del conservadurismo vernáculo no puede constituir la base de una unidad que rompería con lo mejor de las tradiciones emancipatorias de las que buena parte del kirchnerismo asume como banderas políticas distintivas e inconfundibles de su estructura ideológica. La unidad nacional y la unidad del peronismo no pueden hacerse en aras de una disección de las ideas de un espacio que representa los intereses populares sin que ello conduzca a un retroceso social y político.

La unidad que se construya requiere de la participación cada vez más exhaustiva del conjunto de sectores sociales y políticos desde categorías político-ideológicas vinculadas a expresiones de una centroizquierda nacional, eximiéndose de definiciones pragmáticas inconducentes en dirección hacia un proyecto nacional popular. No hay que tenerle miedo a esa definición. Resulta ineludible sostener el conjunto de ideas, de prácticas, desde una profundidad analítica crítica, contemplando las deficiencias que tiene el espacio, partiendo de un nuevo reagrupamiento kirchnerista que sintetice lo mejor que se ha venido construyendo desde el 2003 hasta hoy, manteniendo la firmeza ideológica, la irrenunciabilidad ética y la convicción política que reclaman los sectores sociales que aún permanecen postergados (esto hay que decirlo) y aquellos que verán vulnerados sus progresos materiales y simbólicos a los que seguramente no querrán renunciar.

* Antonio Nicolau es Capacitador/Profesor Componente 2 en la modalidad Adultos en Nuestra Escuela – Programa Nacional de Formación Permanente, COORDINADOR PEDAGOGICO Programa Habitat y Vivienda Popular de la Secretaría de Extensión de la UNLP en coordinación con Jefatura de Gabinete, Presidencia de la Nación en Universidad Nacional de La Plata | UNLP y Capacitador distrital en Nuestra Escuela – Programa Nacional de Formación Permanente

 

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