La inseguridad y la miseria planificada

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Algún día como sociedad (este cronista se incluye) vamos a tener que hacernos cargo de los sujetos que como tal producimos. Que el problema de la delincuencia juvenil, los delitos con armas de fuego y los asaltos y robos en general, son el resultado de lo que la sociedad en estos últimos años ha generado. Que ese sujeto está sobredeterminado por lo que al hombre liso y llano le acontece y que él lleva encima la multiplicidad de marcas que las instituciones políticas, jurídicas y sociales (la familia, la iglesia, el club del barrio, la escuela, entre otras), dejan en él como rastros indelebles de su paso por un momento de la historia.

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Por Walter Barboza

Algún día como sociedad (este cronista se incluye) vamos a tener que hacernos cargo de los sujetos que como tal producimos. Que el problema de la delincuencia juvenil, los delitos con armas de fuego y los asaltos y robos en general, son el resultado de lo que la sociedad en estos últimos años ha generado. Que ese sujeto está sobredeterminado por lo que al hombre liso y llano le acontece y que él lleva encima la multiplicidad de marcas que las instituciones políticas, jurídicas y sociales (la familia, la iglesia, el club del barrio, la escuela, entre otras), dejan en él como rastros indelebles de su paso por un momento de la historia.

Y ello viene a cuento porque una vez más la política de seguridad del gobierno de la provincia de Buenos Aires, ha puesto la lupa en el incremento del número de efectivos policiales a partir de la asunción del ex intendente de Ezeiza Alejandro Granados, quien dijo muy suelto de cuerpo que era necesario “incrementar los 58 mil efectivos de la policía a unos cien mil” para hacer frente al delito en la calle.

Como ocurre desde hace dos décadas, el incremento de los controles policiales es el instrumento predilecto de quienes pregonan mano dura a la delincuencia o bien con exabruptos y bravuconadas trazan el camino a seguir para dar cuenta del asunto.

En las sociedades complejas, el problema de la seguridad es aún más complejo y tiene innumerables caras. El sometimiento de menores en situación de vulnerabilidad, la droga, la trata de personas, los desarmaderos de autos, el asalto a bancos, la piratería del asfalto, los secuestros exprés, las barrabravas, son las aristas de una serie de problemas de distinta naturaleza y tenor, que no explican por sí solos en qué medida se pueden resolver con más presencia policial en las calles. Y ello sin profundizar en detalles sobre las formas, y los modos, en los que el crimen organizado se vincula con las fuerzas policiales para compartir negocios en las grandes concentraciones poblacionales del conurbano bonaerense.

Más represión sobre la sociedad, no va a ser útil para mitigar los efectos del “sujeto social” que desde 1976 en adelante construyó la Argentina. Claro, se dirá con razón, que es solo una hipótesis. Pero al menos es un intento por hacer un corte en la historia, para dar cuenta de los orígenes de una parte sustancial del problema. Las desigualdades sociales no surgen por generación espontánea, son el resultado de una política. A comienzos del año 1977, en su famosa “Carta abierta a la Junta Militar” el periodista Rodolfo Walsh escribía: “En la política económica de ese gobierno –el de la junta de comandantes- debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.

Como muchísima lucidez, y anticipándose en 24 años, Walsh explicaba hacia donde se dirigía la política económica de los grupos que asaltaron el poder en 1976: hacia 19 y 20 de diciembre de 2001.

Este es solo un punto de partida, al respecto hay muchísima bibliografía que da cuenta del fenómeno. Sólo hay que revisarla, hurgar entre sus pliegues. Más policías en la calles implicaría consolidar la estigmatización que sobre cierto sector de la sociedad se hace,  o legitimar a aquellas políticas sociales que solo cierran con represión.

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