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Al parecer una de las claves estaría en el reclamo original de los manifestantes: el aumento del transporte público, que luego se fue desvirtuando por los oportunistas que ven en los procesos políticos lationamericanos las condiciones para el avance de los sectores populares e intentan evitarlo sembrando el caos y la anarquía del que se vayan todos.

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Las movilizaciones que por estas horas se extienden por las principales ciudades de Brasil, no son subestimadas ni siquiera por los propios funcionarios del gobierno de Dilma Rouseff y mucho menos por la presidenta del país carioca. Apresurar un análisis respecto de las principales causas que subyacen en las mismas, o hablar de un malestar creciente a punto de poner en jaque a uno de los gobiernos más importantes de América Latina,  puede resultar al menos prematuro.

En San Pablo salieron a la calle más de 100 mil personas, en Porto Alegre 50 mil, en Brasilia 30 mil, Recife 100 mil, en Salvador 20 mil, pero los reportes más osados estiman que casi un millón de personas se sumaron a las movilizaciones.

Los datos señalan que la inflación creciente ha esmerilado la popularidad de Dilma. Es que la economía se desaceleró en los últimos dos años y a ello se le sumó un incremento de precios cuyo registro acumulado fue del 6,5 por ciento en mayo pasado.

Pero al parecer una de las claves estaría en el reclamo original de los manifestantes: el aumento del transporte público, que luego se fue desvirtuando por los oportunistas que ven en los procesos políticos lationamericanos las condiciones para el avance de los sectores populares e intentan evitarlo sembrando el caos y la anarquía del que se vayan todos.

En efecto, quienes convocaron a la marcha en la ciudad de San Pablo fueron precisamente los que se niegan a pagar un incremento en la tarifa de un transporte público que es cada vez más deficiente, malo en calidad,  e inseguro.

Es que la gran mayoría de los paulistas, han comenzado a ver la vida a través de la ventanilla del bus. Con tránsito normal, un habitante de esa ciudad puede tardar por lo menos una hora en recorrer unos 11 kilómetros para llegar a su trabajo y llega a gastar un 30% de su sueldo en los viajes que paga por el uso del servicio. Si el tránsito es caótico, como ocurre con frecuencia en horas pico, el tiempo estimado para un habitante de la ciudad en llegar a su empleo es de dos horas. Es decir cuatro horas para ir a trabajar y cuatro para volver en distancias muy cortas. Una jornada laboral de un maestro en una escuela pública de la Argentina.

El valor del pasaje es de 3 reales, mientras que el sueldo mínimo es de 678 reales. La red de metro, cuya extensión es de unos 74 kilómetros, apenas alcanza a atender la demanda de una población de más de 11 millones de habitantes, sin contar los municipios linderos que también utilizan el sistema para entrar y salir de la ciudad.

Para el estado paulista las pérdidas económicas por accidentes viales, problemas de salud como resultado de la contaminación, las horas perdidas viendo pasar la vida dentro de un vehículo y el tiempo de producción derrochado en gente que pierde casi una jornada laboral viajando, son cuantiosas.

Pero este no es un problema que afecte solamente a Brasil, en México ocurre lo mismo, al igual que en las ciudades más pobladas del mundo donde la presencia de vehículos particulares, líneas de transporte público, camiones y camionetas que acarrean mercaderías son parte del problema de la obstaculización del tránsito.

La Argentina no se queda atrás. El último año ha dado cuenta de las condiciones precarias en las que viajan la mayoría de los argentinos que viven en el conurbano bonaerense, una de las zonas más densamente pobladas del país. Un recorrido con el Sarmiento desde la localidad de Moreno a la estación Once, que tarda en promedio una hora y media, puede dar buena cuenta de ello. Si la elección de la gente es la de viajar en alguno de los colectivos de cualquiera de las líneas que circulan por la zona, el tiempo no se reduce.

Un ejemplo de lo que está pasando con el transporte público en la Argentina es la empresa TALP (Transporte Automotores La PLata). Su recorrido más extenso, el que va desde la ciudad bonaerense de La Plata a la localidad de San Isidro (unos 80 kilómetros a través de la Ruta Provincial Nro. 4), puede llegar a demorar unas cinco horas de ida y cinco horas de vuelta. En el caso de la Empresa El Plaza, en su recorrido más largo que va desde la Plaza Miserere, en la Ciudad de Bs. As., a la ciudad de La Plata, el tiempo estimado para cubrir casi 60 kilómetros es de dos horas de ida y dos horas de vuelta. Y no sólo porque los vehículos tienen claros signos de precarización, sino por el excesivo parque automotor que transita la zona.

Tal vez el caso de Brasil, independientemente de los cruces políticos y conspiraciones que siempre están a la orden del día, es la voz de alerta de un problema que, el año pasado había señalado la presidenta Cristina Fernández,  se evidencia en las zonas más densamente pobladas: comenzar a radicar las empresas en los lugares en donde vive la gente, para evitar el traslado diario de millones de argentinos durante gran parte del día.

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