La madrugada en la ciudad de las diagonales, aquel 16 de septiembre de 1955, aún conservaba el clima de finales del invierno.
Sanadría llegó bastante temprano a la radio, como siempre. Desde el momento en el cual comenzó su trabajo como locutor en LS 11 Radio Provincia, era su costumbre. Eran poco menos de las seis de la mañana y tras haber tomado algunos mates junto al productor, ya se disponía a sentarse junto al micrófono, cuando un contingente irrumpió en el estudio, y se dirigió directamente a él. Varios uniformados de verde y armados hasta los dientes lo rodearon, mientras el aparente jefe del grupo, le ordenó que leyera al aire lo que estaba escrito a máquina en una hoja de papel. Sanadría leyó en voz baja y se sorprendió, era un comunicado donde decía que el gobierno había sido depuesto por un movimiento cívico- militar, habiendo comenzado la Revolución Libertadora. Esta no era una noticia que hubiera llegado por el teletipo, la habían traído personalmente, y de una manera poco convencional. Sanadría que hacía unos años atrás había hecho el servicio militar en el ejército, pudo advertir que el que le daba la orden era un capitán de esa fuerza, las tres estrellas plateadas en su uniforme lo delataban, al igual que la dorada y plateada de los dos tenientes, mientras que los cinco o seis conscriptos que los acompañaban tenían cara de no saber muy bien lo que estaban haciendo. El locutor intentó preguntarle el nombre al uniformado, diciendo: -Tenemos orden de la producción general de la radio de no leer mensajes no verificados… Si al menos me dijera su gracia- Cuando se percató que la boca de un fusil Mauser lo estaba apuntando.
-Va a leer el comunicado, o lo mato… ¡Entendió! ¡No ponga objeciones!-
Hacía tres meses justos, que el país estaba agitado. Nadie olvidaba la masacre de Plaza de Mayo donde cayeran muertos casi medio millar de civiles, por los bombardeos de la Aviación Naval, y Sanadría sin salir de su perplejidad se sintió obligado a pronunciar al aire el comunicado, a pesar del desagrado en el cual se sintió imbuido.
El capitán le daba la orden de leerlo repetidamente, mientras el cañón del Mauser 1909, seguía apuntándolo. Habían pasado tal vez veinte minutos cuando se pudo percibir en la sede de la emisora, que ésta ya no estaba transmitiendo, y fue ahí que algo inquieto el oficial ordenó la retirada violenta de su tropa. Cuando se asomaron a los ventanales de la radio, pudieron ver que los militares huían en autos civiles, los cuales habían estado estacionados detrás del palacio municipal, de la por entonces Ciudad Eva Perón, nombre que tomó la capital provincial desde el año 1952. Un alto funcionario de LS11 había escuchado desde su casa la proclama leída por Sanadría y enseguida llamó por teléfono a Olmos, donde estaba ubicada la antena transmisora para que cortaran la onda, y eso fue lo que había sucedido.
Aquel 16 de septiembre comenzaba con cierta densidad, y una gran inquietud cundió en la población de la ciudad desde las primeras horas de la mañana, al trascender noticias sobre diversos levantamientos militares en distintos sitios del país. La revuelta se había originado en Córdoba con el alzamiento de algunos sectores del ejército y los comandos civiles, pero la jornada iría ser muy álgida en el territorio de la capital provincial, principalmente en las inmediaciones de Río Santiago, donde la infantería de marina se había insurreccionado generando la reacción inmediata de las tropas leales al presidente Juan Domingo Perón, principalmente las de las dependencias del Ejército, ubicadas en esta región.
A lo largo del día Sanadría se preguntaba a sí mismo acerca del hecho ocurrido aquella mañana, principalmente en cuanto a la pertenencia del comando rebelde, ya que por los uniformes y las insignias sin dudas éste era del ejército, el cual se tendría que haber supuesto alineado al gobierno nacional y al del gobernador peronista, el Mayor Carlos Vicente Aloe, un oficial de Intendencia, también de la misma fuerza castrense.
Si bien el ejército en aquel momento dirigido por el general Franklin Lucero, y del cual el general Perón también era parte, contaba con un componente poco despreciable de adhesión a un gobierno que lograba satisfacer las demandas populares como nunca antes había sucedido; paralelamente se venía incubando en cierta oficialidad una fuerte tendencia contra el peronismo, es decir una masa crítica de altos mandos militares que pretendían recuperar la conducción de aquella fuerza, para volver a constituirla como el apéndice armado de los sectores oligárquicos y proimperialistas, como históricamente había sido desde la conformación del estado liberal por parte de la generación del ´80. Esta tendencia había quedado demostrada tras la fallida sublevación del general de brigada Benjamín Menéndez durante el año 1951, pero además de él, también revistaban entre la fracción liberal de dicha fuerza, nombres como los de Pedro Eugenio Aramburu, Luis Leguizamón Martínez, Eduardo Lonardi y José F. Suárez.
Cuando uno saca cuentas acerca del anónimo capitán que había irrumpido en la emisora de LS11, bien podría ser que él, si prosiguió su carrera militar, en los setenta seguramente llegó a ser algún general reconocido, tal vez alguien encargado de represiones violentas en un tiempo donde la lucha popular fue todo un signo distintivo. ¿Alcides López Aufranc, Sánchez de Bustamante….? Son los primeros que se me vienen a la mente, y estoy casi seguro que si ninguno de ellos fue, el que sí lo hizo no tendría que haber sido de “un palo” muy distinto, sino de las mismas características que los dos nombrados. Aquel anónimo capitán y los dos tenientes ya eran parte de ese ejército que se constituiría en un actor decisivo de la vida nacional, en los años subsiguientes, y es de suponer que se hayan movilizado desde alguna dependencia ajena a las que había por aquel entonces en el territorio de la capital provincial.
Aquel 16 de septiembre había estallado en Córdoba el complot tanto militar como de los denominados comandos civiles, para derrocar al General Perón; pero además del foco que representaba la ciudad mediterránea, otros epicentros de la insurgencia golpista fueron Bahía Blanca, Curuzú Cuatiá, y la región de la capital de la provincia de Buenos Aires, donde fue protagónica la acción de la Infantería de Marina, principalmente en la zona aledaña al puerto, más precisamente del lado de Ensenada estableciendo su retaguardia en la ribera del Río Santiago, particularmente frente a la Base y la Escuela Naval, desde donde se orientaba el operativo desestabilizador.
Desde muy temprano ya se veían por las calles platenses, movimientos de tropas del ejército, y de la policía; en las inmediaciones de la Casa de Gobierno, en la sede del Comando de la Segunda División, y en el Departamento de Policía.
Desde las azoteas del Comando podía verse el emplazamiento de ametralladoras, mientras que alrededor del Departamento de Policía una cantidad importante de centinelas desviaban el tránsito de las calles aledañas, no permitiendo el paso de automóviles particulares. Más allá de aquellos lugares mencionados, siguiendo la línea imaginaria que supone la inexistente calle 52, en dirección sudoeste, también se vieron tropas en las inmediaciones del Regimiento 7 de Infantería, que estaba ubicado en 19 entre 51 y 53, donde en la actualidad se encuentra la Plaza Islas Malvinas. La presencia del gobernador Aloe, a las 8 de la mañana en el Departamento de Policía, ubicado frente al bosque, era un indicio claro de que las alarmas de alerta estaban sonando.
Los diarios de la época subrayaban la presencia en la zona portuaria de abundante personal de la Prefectura Nacional Marítima los cuales provistos de armas largas realizaban tareas de vigilancia, pero cuando se puedan ver los acontecimientos ocurridos, se podría precisar que ellos debieron haber estado apostados en lugares diferentes al lugar del combate del cual nos ocuparemos más adelante, y que sin lugar a dudas fue el hecho más relevante de aquella jornada. Posiblemente la Prefectura haya estado en las primeras horas de la mañana en las inmediaciones del Barrio Campamento del lado ensenadense del puerto, y luego hayan hecho acompañamiento en las inmediaciones del extremo noroeste del Dock Central, muy cercano a la Puerta 1 de la Destilería YPF, más precisamente donde funcionaba la gran estación hidráulica, con dos bóvedas muy altas que simulaba un gran templo religioso, en plena zona industrial y portuaria, y en el muelle berissense, en el tramo comprendido por donde alguna vez estuviera el Taller Naval, hasta los frigoríficos Swift y Armour.
Desde muy temprano fueron interrumpidos los caminos que unen a La Plata, con Berisso y Ensenada, como también el tránsito que unía a la capital bonaerense con la Ciudad de Buenos Aires. A la altura del Dique sobre el camino Vergara (Ex Colón), a la altura de 43 y 126, de acceso a Ensenada, como Villa Arguello en 128 y 60, camino a Berisso, se habían instalado fuertes retenes policiales que prohibían el tránsito hacia la zona ribereña.
Don Vicente como muchos otros verduleros que en carro llegaban desde Berisso y Ensenada bien de madrugada, para cargar mercadería en el Mercado de verduras y frutas, que estaba en la manzana comprendida entre 3 y 4, y 48 y 49, quedaron a la vuelta varados en la 122, y luego optaron por devolver lo comprado antes que comenzara a ponerse feo. Las líneas de colectivos a Ensenada y Berisso habían interrumpido su habitual recorrido. Los tranvías también se habían detenido, mientras que los ferrocarriles, los dos que llegaban a Ensenada, uno al centro de la localidad y el otro precisamente a Río Santiago fueron interrumpidos. Igual suerte corrió el tren carguero que llegaba a la orilla portuaria de Berisso.
Poco después de las 8, la alarma general se hizo sentir y muchos padres se acercaron a las escuelas y colegios secundarios para retirar a sus hijos. A pesar de todo, a lo largo de la mañana reinaba en la ciudad de las diagonales una espasmódica tranquilidad, más bien un cierto toque de queda, y fue así que muchos comercios reabrieran sus puertas. Pero ya llegado el mediodía, otro hecho anómalo fue que tras las 12.30 cerraran los bancos locales, e incluso la agencia del Banco Provincia que funcionaba en los Tribunales, sitio que permaneció casi desierto a pesar de que algunas secretarías cumplieran funciones. La delegación regional de la CGT, dispuso un paro de actividades a partir de las 14.30 haciendo que se cerraran todos los comercios, así como se dispuso el envío a sus hogares de todo el personal administrativo de las distintas dependencias estatales, incluidos los trabajadores de los Tribunales.
En definitiva hoy podemos saber que el mayor desplazamiento de fuerzas visibles en el casco urbano de la capital bonaerense, estaba dado por tropas del ejército que custodiaban las inmediaciones del RI7, el Comando de la 2da División, la retaguardia de la Casa de Gobierno por la calle 5, como también los cordones policiales que cercaban el Departamento Central de esta fuerza, mientras que yendo hacia la periferia también la Policía realizaba retenes como ya señalamos a la altura del Dique y Villa Arguello impidiendo el paso tanto a Ensenada como a Berisso. Vale destacar que entre estos dos puntos se encuentra el Hospital Naval, ubicado entre el Dique y la vía del tren que llegaba hasta la Estación Río Santiago, donde está el embarque de la lancha que cruzaba hasta la base y la escuela naval. El ferrocarril partía de la Estación La Plata, iniciando su circuito por detrás del hipódromo, y se dirigía hacia la ribera cruzando por dentro de la petrolera, y por el margen ensenadense del puerto después. Antes de meterse en la destilería el tren paraba en la Estación Hospital Naval, estando ubicada la entrada de dicho nosocomio, a metros de ahí, sobre la calle 128 a la altura de 51.
Pasado el mediodía, lo que sucedía en las localidades de Ensenada y Berisso era toda una incógnita, y es así que los diarios de la época al otro día, solamente pudieron publicar algunas impresiones de aquello. El matutino La Nación por ejemplo decía: “En el sector de la ciudad que mira hacia el Río de la Plata, o sea hacia el Nordeste, sintiéronse en forma espaciada algunos estampidos lejanos, dando apoyo a versiones sobre un posible ataque a las dependencias de la Base Naval, ya fuese por tierra desde Ensenada, o bien desde el aire, siendo imposible desde la ciudad verificarlo, al estar bloqueados a los civiles los caminos de acceso a esa zona. Ratificose (sic) en seguida la impresión de lo que estaba ocurriendo allí, al ordenarse la evacuación de las dependencias de la destilería fiscal de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, donde quedó solamente el personal de guardia para la atención de los mecanismos de las plantas, que continuaron funcionando. En Ensenada y Berisso -donde vive algo más de un 60 por ciento de las familias del personal de la destilería -la alarma se hizo intensa, comenzando la evacuación también la población civil, que en buena parte se desplazaba a pie. Hacia las 14 el cañoneo se hizo sostenido y volvió a sentirse desde esta ciudad. La alarma hízose Intensa, y a esa hora los comercios de esta ciudad cerraron sus puertas, haciendo abandono de los mismos los empleados. Alrededor de las 15 se interrumpió también la labor en todas las dependencias de la administración pública, retornando el personal a sus casas. Por todo ello la ciudad presento desde las primeras horas de la tarde un aspecto especial de un día de paro. Grupos de vecinos, con tanta curiosidad como temor, se observaron en algunas calles, y especialmente en azoteas y terrazas, cuando se sintió arreciar el cañoneo, pero poco después era casi nulo el movimiento de peatones y vehículos. A las 15.30 volvieron a sentirse con nitidez e intensidad inequívocas fuertes estampidos, que con intermitencias prosiguieron hasta las 17.”
La primera conclusión a la que se puede arribar a través de lo expuesto es que entre las 14 y las 17 horas, se produjo un serio enfrentamiento entre fuerzas que aún no era posible precisar correctamente. Pero hay un dato que ofrecen los diarios de la época que resulta significativo, y es que aproximadamente a las 15, un comando del ejército, más precisamente del 7 de Infantería, tomó el Hospital Naval, e hizo formar por cuarenta minutos en uno de sus playones al personal médico perteneciente a la Armada, mientras que a todo el personal civil, se le ordenó retirarse a sus domicilios.
Mientras tanto como ya habíamos señalado, los retenes policiales impedían cerca de ese lugar, tanto el paso a Berisso como a Ensenada. En esos cortes precisan los periódicos, había numerosos ómnibus y camiones policiales para transporte de personal, pero vacíos, sin poder saberse donde estaban apostados los que habían sido llevados hasta allí en dichos rodados.
Desde muchas calles de la ciudad de las diagonales y desde la zona cercana a la portuaria afirman personas que vivieron aquellos sucesos, podía verse en muchas oportunidades el paso de aviones que, evidentemente, efectuaban vuelos vinculados con los hechos en cuestión, e inclusive profusos disparos de cañones antiaéreos. Según informaciones recogidas por los diarios de entonces, el regimiento 7 había sido llevado a Ensenada, a luchar contra la base naval de Río Santiago. Para tal operación, detallaban, se habían empleado muchos camiones, no sólo del ejército sino de organizaciones provinciales v ómnibus del servicio público de transporte de pasajeros. También con éstos se arrastraron cañones de campaña de aquella unidad en dirección a Ensenada.
La Nación decía: “Durante toda la tarde fueron llegando noticias confusas acerca de la situación en torno a la base naval de Río Santiago, pudiéndose sólo afirmar con certeza que hubo bombardeos aéreos por parte de aviones leales al Gobierno, intenso cañoneo y combates entre aviones”
En las últimas horas de la tarde del 16 se pudo observar que comenzaban a llegar a la Ciudad Eva Perón, ómnibus de distinta clase trayendo familias de Ensenada, las que se distribuyeron en diversos lugares, especialmente en edificios públicos.
Si bien Berisso no fue el epicentro de los acontecimientos acaecidos entre fuerzas armadas, los estampidos y bombardeos podían sentirse casi como parte del lugar, debido a su proximidad espacial, y sumado a las amenazas del Almirante Rojas de bombardear la destilería YPF si Perón no renunciaba; la población de esta localidad sin comprender demasiado bien lo que estaba sucediendo del lado de Ensenada, hizo que muchos vecinos abandonaran sus casas hacia lugares más seguros, principalmente en dirección de Los Talas, zona semirural alejada de la zona portuaria.
Hasta aquí lo que estaba sucediendo aquel viernes 16 en la zona de conflicto, para los medios de entonces, todo era solamente una simple especulación.
A la medianoche, la CGT levantó el paro, y por la mañana los comercios de la región reabrieron sus cortinas. La población acudió principalmente a comprar comida. La afluencia a negocios de comestibles fue significativa, tal vez se suponía que el conflicto duraría mucho tiempo más y los lugareños fueron principalmente a aprovisionarse. Los compradores allí, aún conservaban la angustia que les habían causado los acontecimientos de la víspera. Eso era lo que los diálogos entre vecinos dejaban escuchar, en una región que aún se mantenía hondamente conmovida.
Lo que se podía haber presentido el día anterior tras la escucha del incesante cañoneo, al otro día los medios de información lo corroboraban. Una parte de la localidad de Ensenada, más precisamente el Barrio Campamento, se había convertido en un verdadero campo de batalla, donde las secuelas eran una marca ineludible para cualquier observador.
Mientras muchos pobladores de la zona ribereña, retornaban a sus hogares, en ambos lados del camino que une la capital provincial con Ensenada, podían verse cañones con dirección de fuego hacia Río Santiago. Estas imágenes preparaban el panorama sombrío que se iría a ver adentrándose en los barrios linderos al puerto, una verdadera postal bélica donde se podían presenciar emplazamientos de ametralladoras en cruces de calles y lugares estratégicos, tropas en posición de alerta, vidrios rotos. Todos ellos eran indicios claros de la violencia que se había desatado la víspera en aquel sitio.
El 16 habían llegado a Ensenada las tropas rebeldes integradas en su mayoría por la infantería de marina, con la orden precisa de copar esa localidad, separada por el río Santiago, de la base y la Escuela Naval, desde donde funcionaba su centro de operaciones.
En ese sitio convergieron para desarticular el intento de copamiento, tanto el Regimiento 7 de infantería, asentado en la ciudad de las diagonales, el 6 de infantería que se encontraba realizando maniobras en las inmediaciones de Magdalena, y otras llegadas desde acantonamientos de Campo de Mayo, portando poderosos elementos de combate. Por la mañana del 17 las tropas leales del ejército seguían en la tarea de reducción de los focos rebeldes que aún seguían en pie. En las inmediaciones de los astilleros, algunas decenas de prisioneros aguardaban ser trasladados, bajo la vigilancia de las fuerzas del orden. Efectivos de las tropas leales cruzaban el Río Santiago para avanzar sobre la base y la escuela de cadetes de la marina, donde ya flameaban banderas blancas de rendición.
A intervalos, todavía se alzaban algunos penachos de humo, en la zona donde habían sido los enfrentamientos del día anterior. Sin dudas ese fue el lugar donde más arreciaron los enfrentamientos. Ante la llegada del ejército, los marinos se replegaron sobre la ribera y llevaron adelante una enconada resistencia. En el Barrio Campamento la metralla dejó visibles marcas en las paredes, mientras cañones antiaéreos y ametralladoras proseguían ahí emplazados en posición de combate.
Golpe del ’55- Estampidos de metralla en Ensenada por Osvaldo Drozd se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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