Yo quiero a mi bandera (2da parte) “No nos han vencido”

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Ana Lacunza

«A pesar de las bombas, de los fusilamientos

de los compañeros muertos, de los desaparecidos

no nos han vencido»

La Plata (1982) Cuando abrí los ojos estaba recostada en la carpa que se había armado para albergar una torta gigante que se le regalaba a la ciudad en el día de su Centenario.

– ¿Te sentís mejor?- me dijo un muchacho de unos 25 años que estaba observándome de cuclillas frente a mí. Lo miré sin entender todavía qué pasaba. Tenía el pelo largo, los ojos verdes y barba.

– Tenés que comer algo, seguro que te desmayaste por estar ahí con esa bandera desde tan temprano, milicos tenían que ser, al pedo pero temprano, como diría el General. Se río con una risa franca, mostrando todos los dientes, los ojos le sonreían antes que su boca.

– Me voy a buscarte algo, esperame acá- me dijo.

Al rato volvió; en una mano llevaba una bandejita y con la otra le sacaba constantemente algo y lo tiraba a su paso. Me intrigó ese movimiento.

– Es lo único que conseguí, un pedazo de torta, pero está lleno de hormigas, estoy tratando de sacarlas.

– ¿Hormigas?- dije yo- ¿Se les llenó la torta de hormigas?

– Si, jaja, no digas nada, les llenamos la torta de hormigas a estos milicos de mierda, a ver si se dejan de joder.

– ¿Sos montonero vos?

El muchacho se volvió a reír con su risa contagiosa.

– ¿Querés tomar un helado? tengo un amigo que tiene una heladería, él es el de la idea de las hormigas.

Sonriendo siempre, me tendió la mano, estaba desmejorado y tenía cicatrices.

Yo le tomé confiada la mano y le pregunté: ¿Qué te pasó, te lastimaste?

– No; bueno, en realidad sí, me lastimaron, estuve preso, pero vayámonos de acá que no se puede hablar.

Salimos de la Plaza Moreno y nos encaminamos hacia la diagonal 80.

– ¿Cómo te llamás? me preguntó. – Ana Catalina, dije yo. – Que hermoso nombre, para mi vas a ser Cata.

– Pero todos me dicen Ana. – No importa, para mí sos Cata, porque Catalina es nombre de reina.

Otra vez se reía a carcajadas, yo lo miraba embelesada aunque no entendía muy bien su charla, pensé que por ahí estaba medio mal de la cabeza por haber estado preso.

Llegamos a la heladería y nos sirvieron un helado.

– ¿Cómo te llamas?- esta vez le pregunté yo.

– No puedo decirte… ¿Sabés lo que es la clandestinidad?

Yo movía la cabeza negando, mientras lamía a pequeños sorbos el helado de frutilla. El muchacho empezó a mirarme sin reírse, me hizo poner un poco nerviosa, sin querer me estaba balanceando.

– Por ahí sos muy chica para entender algunas cosas, pero tenés que saber que muchos tuvimos que madurar de golpe.

Yo lo miré en silencio,

– ¿Creés en Dios?

– No, no estoy segura de que exista y si existe se olvidó de nosotros, o de ustedes en realidad.

– ¿Sabés lo qué es no creer en dios y rezar para que una tortura se termine? ¿Es loco no? pero en un momento te vuelve todo lo anterior, cuando tu mamá te enseñaba el avemaría y era algo reconfortante. Te cuento esto porque es necesario que las generaciones que vienen continúen esta lucha. Te voy a plantar la semillita de la revolución en esa cabecita hermosa que tenés.

Otra vez la risa, tan linda.

Me acarició la cabeza y me dijo: – tengo que irme pero te voy a buscar, no te pierdas, y acordate algo: No nos han vencido.

Yo quiero a mi bandera, planchadita, planchadita, planchadita  1ra Parte

 

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