Tristeza y soledad en el final de Carrió

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Walter Barboza 

Carrió insiste. En su ocaso, sus palabras son poco menos que los manotazos de un ahogado en medio de altamar. Vocifera y habla de una “resistencia” a un supuesto “régimen” que, como una curiosidad que no puede explicar, fue electo con el 54% de los votos.

Reflexiona en su intimidad, mujer formada en el “Derecho”, sobre la naturaleza de la democracia. ¿Encontrará allí las respuestas a su fracaso político? Recuerda otros tiempos donde, con la facilidad discursiva que la caracteriza, intentaba erigirse en una figura capaz de conducir la crisis de hegemonía que afectaba a la Argentina post-Alianza.

Supone, en las noches en las que la almohada escucha su desconsuelo, que parte de las mejoras notables sobre las cuales ha avanzado la Argentina, también, le pertenecen a ella y a la fuerza política que construyó y deconstruyó con sus derrotas políticas. De los miembros fundadores, ya no queda nadie. Quizás en su incontinencia verbal, quizás en su arrogancia, quizás en su incapacidad de ver de qué modo se puede interpelar a una sociedad que no la escucha, se encuentren algunas de las ecuaciones que explican su derrotero.

Los tiempos cambiaron. Y con él, la mirada, la perspectiva de la gente. Las definiciones, o las palabras que contribuyen a la creación de una determinada realidad a veces confunden. Para el vecino común y corriente no es lo mismo la República que el país, no es lo mismo el ciudadano que el pueblo, la sociedad que la gente, no es lo mismo la democracia que el estado-nación. Parecen sinónimos, pero sus diferencias son sutiles. Cuando alguien las pronuncia construye un estereotipo de interlocutor. ¿Entonces a quién le habló Carrió?

El campo popular se identifica con aquellas categorías que le son más cercanas, más mundanas. Con esas palabras que al salirse de la boca lo convierten en lo que él es tal y como se concibe. Unos hombres que forman parte del pueblo, que viven en un país que esperan que su estado nación genere las condiciones propicias para su desarrollo.

Argentina no es un régimen y Cristina no es una autoritaria que llegó tras irrumpir la marcha de un gobierno constitucional. Carrió no es un emblema de la democracia que viene a salvar a las masas de la tiranía del gobierno de Cristina.

Este país sabe de experiencias políticas construidas a partir de las trampas del lenguaje. Nunca con la democracia fue suficiente para atender las demandas de las sociedad, si ella no era profundizada en sus formas y sus prácticas. De hecho hubo presidentes, Arturo Illia es uno de ellos, que fueron electos con una parte de la población impedida de poder elegir libremente a su candidato (el exilio de Perón). Sabe que los ciudadanos de Barrio Norte se consideran “ciudadanos” antes que una parte del pueblo. Que hablar de una “República”, no necesariamente implica dar cuenta de su democracia. República hubo desde los tiempos en que el siglo XIX se dirimieron con las armas, los conflictos políticos por definir una forma de organización del estado-nación. Que una democracia se puede desarrollar con la prescindencia del “otro”, del “nadie”, del “ninguno”, parafraseando a Eduardo Galeano.

Carrió festejará por estas horas los diez años de su fuerza política. Muy poco tiempo, en la historia de los hombres, para intentar construir un “mito” sobre algo que nunca ocurrió. La realidad así lo demuestra. Los datos son contundentes.

 

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