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Osvaldo Drozd

Ni siquiera paso un siglo, y están los que desde hace más de dos décadas que intentan enterrar a Octubre como una antigüedad exótica, que quedó en algún álbum de recuerdos, de nostálgicos dinosaurios que siempre atentaron contra la moral y las buenas costumbres de una sociedad donde debe primar la cordura y el sentido común.

Un 25 de octubre (según nuestro calendario) pero de 1917, se iba a producir uno de los acontecimientos que irían a marcar a sangre y fuego al siglo que hace poco más de una década acaba de concluir. Los trabajadores rusos irían a protagonizar la revuelta triunfante, que haría que todo el poder pasara a los soviets, es decir a los consejos de obreros y campesinos, para comenzar a gestar una nueva institucionalidad, inédita hasta entonces.

El primer gran acontecimiento del siglo XX había sido la primera gran guerra desatada en 1914, que arrastró a las grandes mayorías europeas a la muerte, a la miseria y también a la impotencia. Octubre fue el resultado calculado, es decir analizado y consumado de forma efectiva sobre las consecuencias del conflicto bélico. Octubre fue una muestra acabada de previsión estratégica, y es en este punto donde debiera subrayarse la originalidad de Lenin y los bolcheviques, ya que la revolución no fue el fruto de ninguna traslación mecánica, ningún modelo exportado a aquella Rusia que desde febrero del mismo año, ya había roto con la autocracia y el zarismo, sino una “creación heroica” de los trabajadores de un país periférico al primer mundo de entonces.

Con Octubre del 17, el fantasma comenzó a recorrer el planeta, y cualquiera que luchara por un mundo más justo, sería catalogado de pertenecer a las redes del nuevo monstruo. Basta sólo recordar que a los luchadores de los movimientos nacionales y populares del Tercer Mundo, se los tildara de comunistas aunque no lo fueran, solamente por intentar construir la dignidad de los pueblos.

Hoy podría señalarse injustamente que todo aquello fue un fracaso, que la revolución no fue más allá de lo que el mundo capitalista podía ofrecer, y tal vez algo de eso sea verdad, pero también habría que subrayar que el capitalismo tiene un modelo de acumulación que si bien es internacional, solamente privilegia el desarrollo en acotados espacios, manteniendo a la mayoría de las naciones del mundo en la más completa miseria y sumisión. Tal vez lo que las revoluciones lograron fue desafiar principalmente esa lógica, planteando en naciones sumamente atrasadas, un desarrollo infraestructural que no hubiera sido posible de ninguna otra forma.

El mundo actual nos muestra que los principales países emergentes, fueron los que atravesaron por esas experiencias, Rusia, China; y que hoy ofrecen la alternativa multipolar a la crisis del capitalismo occidental, dándole la posibilidad a nuestro continente, de tener un desarrollo autónomo como nunca lo hubiera tenido sin la gravitación de esos emergentes.

 

 

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