Scioli: “Con el medio aguinaldo no se jode”

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Walter Barboza

Los matices y las mixturas quedan momentáneamente de lado. Cada uno de los participantes sabe que tiene su espacio de pertenencia política y sindical, pero que el que los une y aglutina es el de formar parte de la clase trabajadora. Y allí, por qué negarlo, la realidad se torna en verdad de Perogrullo. Ningún trabajador, independientemente de su filiación y su orgánica, está dispuesto a ceder ante lo obvio: la pérdida de aquello que es un derecho y define al laburante como un trabajador de pura cepa: el salario.

Marra torpemente Scioli. Si creyó en las bondades de la palabra franca, la movilización del conjunto de los estatales, ATE, CICOP, Salud, SUTEBA, Judiciales, FEGEPBA, FEB y UDOCBA (este cronista pide disculpas por las omisiones involuntarias), vienen a confirmar que “con el medio aguinaldo no se jode”.

Para Scioli, no es una opción política en el sentido estricto de la palabra, es un problema de matriz cultural, de sentido común, de tradición de clase. Si él, con una génesis política anclada en tiempos del menemismo, toma estás decisiones es porque está convencido de que la salida no puede ser de otro modo. “Tarde piaste”, pero gracias. ¿O acaso alguien tuvo la sana esperanza de creer que en la provincia de Buenos Aires se iniciaba uno de los períodos de mayor distribución del ingreso?

Allí, al interior de la Casa de Gobierno Provincial, dicen sus hombres más cercanos que Scioli está apesadumbrado. Del otro lado, en las calles de la ciudad de La Plata, los trabajadores estatales se concentran, y concentran su bronca. Aquí habría que distinguir las referencias y las posiciones de los actores que entran en escena. Dos sectores bien definidos de una Central de los Trabajadores de la Argentina que se encuentra fracturada a nivel nacional: Hugo Yasky por un lado y Pablo Micelli por el otro; pero que en la provincia de Buenos Aires tuvo un claro ganador en las elecciones del año 2010: Roberto Baradel. Una Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) que conduce la central “michellista” y que tiene un fuerte peso y capacidad de movilización en la provincia de Buenos Aires. Aquí las interpretaciones sobre el proceso político que vive la Argentina difieren. En las simplificaciones discursivas Yasky-Baradel serían le central oficialista, negando, quienes aseguran su cercanía al gobierno, que acompañan algunas de las políticas del estado nacional porque fueron viejas reivindicaciones que pregonó la CTA antes de que la Argentina ingresara en el proceso de transformaciones del presente. En esa misma línea, los estatales de Michelli en nación, y De Isasi en la provincia, serían los ecos del sindicalismo combativo, en un escenario en el que es difícil negar los avances alcanzados por el Estado nacional de 2003 a esta parte. Y después se encuentran los gremios estatales articulados en la CGT que, en la historia política de los gobiernos provinciales, han tenido una actitud conciliadora en los conflictos gremiales.

Sea cual fuere la posición que tome el lector de estas líneas, lo concreto es que Sicioli logró una síntesis que, de no mediar una solución en lo inmediato, podría estallar en un conflicto gremial de mayor profundidad y con final inesperado. Su matriz, su breve historia política, o una historia amarrada a un momento en el que la política como herramienta pierde sentido, le juegan una trampa. Imposible interpelar a gremios poderosos como SUTEBA, ATE o Judiciales bonaerenses (AJB) que están en condiciones de dar discusión en todos los frentes y que se ven obligados a pilotear en el malestar creciente de sus afiliados. Los trabajadores leen los diarios, escuchan radio o ven televisión, la realidad -aunque mediada por el sesgo editorial- se cuela en la vida cotidiana. No alcanza con los pedidos de buena voluntad. Es política, y en ella se construye, o deconstruye, según las decisiones, según las horas. El tiempo para Scioli, tal parece, comenzó a correr.

 

 

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